Descripción
¿Qué, cuándo o quién habrá grabado en mi memoria cromosómica y en mis archivos genéticos aquello que me hace sentir tan familiar y tan entrañable todo lo mediterráneo, específicamente lo italiano y lo griego?
¿Puede viajar en el espacio-tiempo un gusto congénito hereditario reconocible? ¿O se trata de una transferencia cultural adoptada conscientemente?
¿Cómo es que el paisaje mediterráneo me resulta tan conocido; que su música me entona cuerdas interiores; que la lengua latina me es tan propicia para expresar mis más hondas señales anímicas y espirituales y me musicaliza la palabra?
Porque… Porque resulta que cuando visito esos lugares, los recuerdo (aunque nunca haya estado allí en el curso de mi vida presente); los reconozco, me siento como “de regreso” en ellos y experimento una sensación inequívoca de pertenencia que no admite explicaciones racionales.
No, no pretendo, de ninguna manera, sumergirme a fondo en el conocimiento de Italia, donde cuesta trabajo distinguir entre el arte y la vida cotidiana. Eso se lo dejo a los verdaderos italianistas que tenemos en México y que pueden hacerlo mucho mejor que yo. Lo que intento hacer es compartir, lúdica y amigablemente, con mis paisanos mexicanos el placer nostálgico de mi relación vital (durante diferentes etapas de mi vida) con ese inagotable depósito de maravillas de factura humana (expresadas en el arte) y de paisajes de factura natural (expresados en la palabra belleza) que es Italia.
Y esa palabra es probablemente la mejor para definir a un país que me enseñó a disfrutar la belleza como uno de los bienes supremos de la existencia humana. Allí fue donde por vez primera la acepté como tal y donde aprendí a reconocerla y amarla a primera vista.
Por eso insisto en que los relatos contenidos en estos apuntes lúdicos no están basados en los datos y fechas que los historiadores usan para documentar la verdad, puesto que los escritores los usamos para conocer mejor aquello sobre lo que vamos a mentir.
Aclaro, por último, que estos recuentos son extraídos de los recuerdos y las impresiones que guarda mejor el sentimiento que el intelecto. Por eso no doy fechas sino contextos, situaciones, lugares y nombres.
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